lunes, 7 de enero de 2008

Esos días entre que terminan y empiezan los calendarios

¡Por fin! La navidad pasó. Otra vez.

Es un descanso, aunque he de decir que la navidad y yo nos conocemos desde hace tiempo, y sabemos en que punto de relación nos encontramos; Yo trato de ignorarla y ella me ignora a mí (por supuesto: la navidad es una mujer, no podría ser de otro modo). Aunque con todo este bombardeo informativo y social es difícil fingir que no pasa nada. La gente suele obviar que un día les dijiste que la navidad te la traía floja, y vienen a felicitarte con esa carita de ilusión, como si fueras a darles aguinaldo, y te ves obligado a soltar un “igualmente”, que no lo sientes pero lo padeces, por que no soportas mentir. Sin ir más lejos, el otro día me tropecé por la calle con Santa Claus. Yo iba a lo mío, mirando al suelo y hablando solo por lo bajini, cuando casi lo tiro al suelo. Se hizo el sorprendido al verme, y sonrió.

- Joder! Cuanto tiempo sin vernos- me dijo

- Y qué lo digas- contesté- ¿Cómo te va?

- Pues ya ves, engordando un poquito más cada año- dijo en tono jovial y vivaracho- ¿Qué es de tu vida?

- Aquí; luchando cada día, esperando que me toque la lotería.

- Habrás comprado decimos?

- Ni hablar. ¿Tú has visto a que precio están los cupones?

El soltó una risita que se fue evaporando, al tiempo que miraba su muñeca en busca de un reloj que no asomaba la manga. Aproveche ese pase de gol:

- Bueno, a ver si nos vemos más a menudo.

- Sí. Tendríamos que organizar una cena, por los viejos tiempos.

- Vale, yo te llamo. Adiós- decía yo mientras me escurría.

Al poco, Santa Claus levanto la mano y como si hubiese olvidado algo importante, dijo a voz en grito “¡y felices fiestas!”, pero yo ya andaba calle abajo, murmurando para mis adentros, mirando al suelo, fingiendo que no lo oía.

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